viernes, 20 de diciembre de 2024 08:14 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Conversaciones con Hergé

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Conversaciones con Hergé" de Numa Sadoul

imagen

            La lectura de las aventuras de Tintín fue un placer sistemático, prolongado a lo largo de toda mi infancia. Primera liturgia de aquellos domingos, en verdad sagrados, de hace cuarenta y muchos años, daba cuenta de tan entrañables álbumes -pilar de mi tesoro bibliófilo y de mi mitología personal-, en la cama, donde mi madre me llevaba el desayuno. Ésa es la causa de que mi edición de La isla negra (1938) -la segunda española, con pie de imprenta fechado en enero de 1967-, muestre algunas manchas de Tomate Intercasa. Era aquella una delicia, hoy extinguida como casi todas las de entonces, con que la autora de mis días me untaba las rebanadas de pan del desayuno. Si volviera a saborear aquel sencillo manjar, podría ser al universo de mis primeros años algo así como a Marcel Proust la famosa magdalena de Por el camino de Swann (1913).

            Pero es Tintín quien tiene esa capacidad de devolverme a mi paraíso perdido, que no es otro que mi niñez. Benoît Peeters, el segundo tintinófilo al que leí, nos habla en la introducción a Tintín y el mundo de Hergé (1988) de esa infancia infinita que proporciona la idolatría al infatigable reportero de Le petit vingtième. No puedo sino corroborar lo cierto de dicha afirmación.

            Durante la adolescencia, como era de esperar, arramblé con casi todo. Pero Tintín volvió a obrar el milagro. Tenía dieciséis años cuando, tras abrir otra vez La oreja rota, el proceso volvió a producirse. Ahora bien, en aquella ocasión sólo leí una vez más cada una de las aventuras. Desde entonces, no he vuelto a ellas más que para dar cuenta de la fidelidad con que reproducen algunas de sus viñetas los distintos objetos que, siempre dentro de mis limitadas posibilidades, fui adquiriendo hasta que las cosas empezaron a torcerse y las cuentas, de nuevo, dejaron de salirme. Pero no hablaré de la crisis. Ya estamos tan ahítos como maltrechos.

            Corría 1978 cuando, cumpliendo yo con mis obligaciones militares en la biblioteca del Colegio Mayor Barberán, leí por primera vez una noticia sobre el gran Hergé en el suplemento dominical de Diario 16. Fue tanto el agrado que me procuró aquel texto que creo que fue entonces cuando me hice tintinófilo. Saber cuanto a Hergé y a su obra concernía fue la nueva felicidad que me proporcionó Tintín.

            Mi primer texto sobre tan dulce idolatría fue Tintín, Hergé y los demás, una delicia de Juan E. D'ors publicada por Ediciones Libertarias en 1988. Cuatro años después leía el de Peteers. Entre medias ya había adquirido este Conversaciones con Hergé de Numa Sadoul, que me ocupa ahora. No obstante, habrían de pasar esos veintitantos años, que ya me separan de casi todo, para que acometiera su lectura la primavera pasada.

            Libro canónico en lo que a la tintinofilia se refiere -publicado originalmente en 1983, entre otras cosas, también fue uno de los primeros textos de tan dulce culto que aparecieron-, aquí está el origen de algunos de sus asuntos fundamentales. Así, es el propio Hergé -alabado sea por siempre su nombre- quien nos refiere su ponderación. "No me gusta el lado político, el lado sermón latoso, el lado sectario de las cosas. Soy un hombre de un justo término medio. Es decir, intento serlo" (pág. 33).

            

          A preguntas de Sadoul, el maestro también nos habla de cómo arraigó en él el escultismo, ardor juvenil que a mi juicio tiene una de sus mayores expresiones en ese montañismo "de las vacas" al que dice ser tan afecto. Su amistad con Tchang Tchong Jeng o el episodio concerniente a los apuntes tomados junto al gran Edgar P. Jacobs de la casa que habría de servir de modelo a la del profesor Bergamotte en La 7 bolas de cristal (1948), dos temas fundamentales del dulce culto, también tienen su origen en estas páginas. Así pues, ya me era sabido que, apenas cerraron sus cuadernos de dibujo los dos maestros, descubrieron que el inmueble que acababan de copiar estaba ocupado por las SS. La gracia de ahora ha sido remontarme a la fuente de quienes me contaron por primera vez la anécdota.

            No sabía, eso es cierto, de la actividad de Hergé como dibujante publicitario, tan celebrada como cabía esperar en un perfeccionista de buena voluntad a quien sólo era capaz de hacer fruncir el ceño un dibujo con trazo imperfecto. Aquí se hace un hincapié en el Hergé publicista inédito en la literatura tintinófila. Y se hace ilustrando el texto, principalmente, con aquellas creaciones propagandísticas, junto a viñetas raras y desconocidas, frente a las habituales reproducciones de los álbumes. Es curioso que convenga ahora con Sadoul que esto es uno de sus mayores aciertos. Porque también creo que es una de las explicaciones a ese par de décadas que Conversaciones con Hergé permaneció entre los libros que aguardan. Recuérdese que una de las cosas que busco en mis lecturas tintinófilas es volver a ver esas viñetas de inagotable capacidad para devolverme a la infancia y aquí, por harto conocidas para los lectores objetivos, no aparecen.

            Resultado de varios encuentros entre Sadoul y el maestro llevados a cabo a comienzos de los años 70, cuando esa inteligencia de la progresía contra Hergé estaba en su apogeo, el maestro responde a este respecto: "He presentado a negociantes de cañones, a dictadores belicistas, a policías corrompidos, guerras provocadas por la alta finanza, la explotación de los pueblos de color" (pág. 49). No fue bastante para que el estalinista que dirigía Motivos de actualidad, una revista nefasta en la que colaboré por esas cuentas que no acaban de salirme, me titulara uno de los primeros artículos sobre el dulce culto que publiqué "Tintín, un fascista en bombachos". La ignominia que aquel comunista perpetró con mi nombre hace que lo que sigue -que cambió cuanto le vino en gana- sea la única, de los cientos de piezas que he publicado, de la que me arrepiento.

            Esa ignorancia del dogmatismo -hace poco me decía una progre que Billy Wilder era facha- hizo que los paladines de la dictadura del proletariado no repararan en que Hergé fue uno de los primeros autores occidentales proindios en Tintín en América (1932), y que denunció la invasión japonesa de China con idéntica precocidad en El loto azul (1936) o que Tintín defiende a Zorrino el niño indio de El templo del sol (1949) muchos años antes de que la izquierda abrazara el indigenismo.

            Todo ello son cuestiones a las que alude Hergé en estas páginas, como también lo hace un "resistente notorio, Raymond Leblanc". Cuando éste puso en marcha el semanario Tintín, también puso también fin a la fama de colaboracionista que arrastraba Hergé en la posguerra por haber seguido trabajando durante la ocupación (pág. 61). Fue en la edición española de ese semanario, que llegaba a los quiscos de mi limbo madrileño en los años 60, donde yo leí por primera vez Tintín en América y la aventura del Tíbet.

            Al hilo de esta última se trata de la experiencia onírica en los álbumes del valiente. He aquí un tema en el que no suelen reparar los ensayos tintinófilos al uso, pese a que amén de por el sueño del comienzo de Tintín en el Tíbet dicha experiencia onírica también pasa por El templo del sol y, si cabe, hasta por la alucinación de Los cigarros del faraón. Sostiene Hergé que dicha inquietud, es exorcizada finalmente en la aventura del Tíbet. Álbum en el que también quiso redimirse de otro de sus grandes pecados, el cinegético. "Quería hacer del yeti un ser casi humano, ¡quizá como expiación por todos los animales que había sacrificado antaño en Tintín en el Congo!" (pag. 114).

            En cuanto a su método de trabajo (pág. 45), que no es baladí puestos a hablar de un hombre que hizo de la tarea diaria su vida y al final trabajaba por gusto, lo que más me ha llamado la atención es esa maduración, ese tiempo pensándolas, que según el gran Hergé requieren todas las ideas sugeridas en una historia. Y también  lo concerniente al dinamismo que da cierta inclinación del dibujo hacia la derecha de la viñeta (pág. 56). A mi juicio, esto también es aplicable a los planos cinematográficos. Vuelvo así a ratificarme entre la proximidad del cómic y el cine, que tiene un ejemplo meridiano en esas resonancias de 39 escalones (Alfred Hitchcock, 1935) que cada vez registro más en La isla negra.

            Y, por supuesto, no faltan alusiones de Hergé a ese triunvirato de la Línea Clara -Edgar P. Jacobs, Jacques Martin y Bob de Moor- que fueron sus colaboradores. En uno de esos textos ajenos a las conversaciones, que Sadoul intercala en el suyo a modo de ilustraciones, Jacques Martin precisamente habla de la importancia de "el centrado a la derecha de toda buena compaginación" (pág. 65).

            En algún momento, Sadoul sostiene que las aventuras de Tintín son algo así como La comedia humana. Estoy totalmente de acuerdo. Son a los primeros años 75 años del siglo pasado lo que la cumbre de Balzac a la centuria decimonónica. Por eso sus personajes se repiten de unas aventuras a otras y dan pie a que Sadoul encuentre en ellos interesantes connotaciones. En este sentido, me quedo con la compresión que Hergé demuestra por la maldad de Rastapopoulos: "Pobre desgraciado ¡Cuánto ha debido de sufrir para llegar a eso!" (pág. 21). Me recuerda tanto a las sentencias de mi madre ante cuestiones parecidas que no puedo por menos de rendirme a ella. Aunque yo, mucho menos noble, ni perdono, ni olvido ni comprendo.

            O bueno, no. Si he comprendido una de las grandes dudas de mi infancia, el por qué de la tardía incorporación de Haddock, al final de las viñetas, en Tintín en el país del oro negro (1951). Por la sencilla razón de que el capitán no existía cuando vio la luz la primera versión del álbum, fechada en 1939 (pág. 107).

Publicado el 27 de junio de 2012 a las 20:15.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD